
Como historiador de arte, busco analizar en las representaciones visuales de la figura masculina aquellos trazos que encarnen la probabilidad de lo queer. Sin caer en los clichés del arte gay, cualquiera que sea la definición que demos quienes lo estudiamos, analizo las representaciones y contra-representaciones de una disidencia sexual, a veces tácita, a veces flagrante, en el arte moderno y contemporáneo.
En este tenor, este fin de semana al ver Las simples cosas de la Compañía de Danza Gay La Cebra tuve una epifanía. Cada día me convenzo más que el cuerpo, desde sus múltiples concepciones, es la herramienta más util, más certera, para expresar, para rebatir, para refutar, para disentir. Los movimientos de los bailarines, las cebras, en coordinación con la música de Chavela Vargas, me obligaron a ver en sus cuerpos esa voz radical, esa insistencia en la diferencia, esa manera de ser y no ser, y estar perfectamente contentos de ello. Las cebras hicieron de su cuerpo un mélange de joterías y seriedad, composiciones kitsch y cuadros dramáticos que me sonaban tan cerca, tan de todos. Reconocí en sus movimientos la capacidad del cuerpo de resemantizar nuestras más enraizadas construcciones culturales: el del cuerpo masculino y lo que (no) puede hacer/llegar a ser...
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