
Anoche, después de un mes, terminé el maratónico The Museum of Innocence de Orhan Pamuk. Uno de mis roommates me lo obsequió de cumpleaños, y se lo agradecí genuinamente porque de no haberlo hecho, yo jamás lo hubiera comprado. Muy raras veces suelo leer novelas de amor, a excepción de las macondianas; sin embargo, ésta tuvo la virtud de tomarme la mano y conducirme a través del complejo entramado erótico-compulsivo del protagonista. Nunca me perdí en sus más de 500 páginas, y disfruté de la luz del mediterráneo, del efecto tóxico de los rakis que los personajes degustan con frecuencia, del bullicio de las calles al anochecer, de la compañía de la élite occidentalizada, de una ficción casi real en la que el mismo autor aparece como el escribano de la novela que tenemos en nuestras manos.
Kemal, el protagonista, se enamora de Fusun, dependiente de una boutique, y por ocho años, vierte la imposibilidad y el azar de su amor en una colección de objetos y fotografías que hacen posible la rememoración del tiempo que pasaron juntos. A la manera de los museos dedicados a personajes célebres que abundan en el mundo occidental (la división cultural es contundente tanto en la forma en que el autor como los personajes construyen la historia), Kemal decide erigir un museo a su amada Fusun con el fin de mostrar al mundo, y de hacerse de un espacio que continúe sustentando, el amor que llegó a sentir por ella. Con tal propósito, visita más de cinco mil museos alrededor del mundo, colecciona casi todo lo que ella alguna vez tocó, incluso la casa en la que habitó, y de paso nos ofrece un par de citas memorables que cualquier estudiante de historia del arte o gestionador de museos querrá adoptar para su tesis o, mínimo, como epígrafe para algún trabajo de alto calibre:
Anyone remotely interested in the politics of civilization will be aware that museums are the repositories of those things from which Western Civilization derives its wealth of knowledge, allowing it to rule the world, and likewise when the true collector, on whose efforts these museums depend, gathers together his first objects, he almost never asks himself what will be the ultimate fate of his hoard. When their first pieces passed into their hands, the first true collectors - who would later exhibit, categorize, and catalog their great collections (in the first catalogs, which were the first encyclopedias) - initially never recognized these objects for what they were. (The Museum of Innocence, p. 73).
Sin embargo, y tal como se lo dije a un amigo, pasará un buen tiempo para que vuelva a leer, al menos con deliberación, algo de Pamuk. Fueron suficientes páginas, suficiente sufrimiento. Pamuk escribe tan bien del amor, que no quiero saber nada de él ni de sus protagonistas.
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