Wednesday, December 22, 2010

arte: the museum of innocence



Anoche, después de un mes, terminé el maratónico The Museum of Innocence de Orhan Pamuk. Uno de mis roommates me lo obsequió de cumpleaños, y se lo agradecí genuinamente porque de no haberlo hecho, yo jamás lo hubiera comprado. Muy raras veces suelo leer novelas de amor, a excepción de las macondianas; sin embargo, ésta tuvo la virtud de tomarme la mano y conducirme a través del complejo entramado erótico-compulsivo del protagonista. Nunca me perdí en sus más de 500 páginas, y disfruté de la luz del mediterráneo, del efecto tóxico de los rakis que los personajes degustan con frecuencia, del bullicio de las calles al anochecer, de la compañía de la élite occidentalizada, de una ficción casi real en la que el mismo autor aparece como el escribano de la novela que tenemos en nuestras manos.

Kemal, el protagonista, se enamora de Fusun, dependiente de una boutique, y por ocho años, vierte la imposibilidad y el azar de su amor en una colección de objetos y fotografías que hacen posible la rememoración del tiempo que pasaron juntos. A la manera de los museos dedicados a personajes célebres que abundan en el mundo occidental (la división cultural es contundente tanto en la forma en que el autor como los personajes construyen la historia), Kemal decide erigir un museo a su amada Fusun con el fin de mostrar al mundo, y de hacerse de un espacio que continúe sustentando, el amor que llegó a sentir por ella. Con tal propósito, visita más de cinco mil museos alrededor del mundo, colecciona casi todo lo que ella alguna vez tocó, incluso la casa en la que habitó, y de paso nos ofrece un par de citas memorables que cualquier estudiante de historia del arte o gestionador de museos querrá adoptar para su tesis o, mínimo, como epígrafe para algún trabajo de alto calibre:

Anyone remotely interested in the politics of civilization will be aware that museums are the repositories of those things from which Western Civilization derives its wealth of knowledge, allowing it to rule the world, and likewise when the true collector, on whose efforts these museums depend, gathers together his first objects, he almost never asks himself what will be the ultimate fate of his hoard. When their first pieces passed into their hands, the first true collectors - who would later exhibit, categorize, and catalog their great collections (in the first catalogs, which were the first encyclopedias) - initially never recognized these objects for what they were. (The Museum of Innocence, p. 73).

Sin embargo, y tal como se lo dije a un amigo, pasará un buen tiempo para que vuelva a leer, al menos con deliberación, algo de Pamuk. Fueron suficientes páginas, suficiente sufrimiento. Pamuk escribe tan bien del amor, que no quiero saber nada de él ni de sus protagonistas.

Sunday, December 19, 2010

SIN TÍTULO


¿Lo oyes? Ese ruidito que se levanta por encima del paso de los autos, que sobrevive al rugido de los aviones. Viene del fondo. Nos ha quitado el sueño. Seguro es él, de nuevo. Debe estar junto a la ventana, mirando sin ver, fumando el último cigarrillo de la noche, apestando el silencio con el olor rancio del vicio. Otra vez el ruidito. Te digo que no estoy loco; son como piedritas descomponiéndome la noche, todas en una caja de cartón, azotadas con cuidado. Es él, es el amor de un hombre. Yo le conozco todos sus gestos, cada uno de los movimientos de su rostro y cada palabra que no dice. Mira. No hace mucho que debió haberse levantado; es de huesos ligeros a pesar de los músculos amplios. Ni siquiera cuando corre aprisa se le advierte, menos cuando se escurre sigiloso fuera de la cama a mitad de la madrugada. Se levantó para fumar dos cigarrillos: uno para terminar de despertarse y otro para volverse a dormir. Por la forma en que ahora fuma, debe estar terminando el primero. Mira. Va a jalar la silla para sentarse junto a la claridad del farol que se cuela por la ventana. Se dirige al baño sin hurgar, por lo menos de reojo, si sigo vivo aquí en la cama. No, no voy a abrir los ojos, no voy a buscarlo con ellos ni me voy a mover. Lo conozco bien. Duerme desnudo, siempre del lado derecho de la cama, de brazos o piernas cruzadas, a veces en posición fetal, con la eterna cajetilla de Delicados en el piso, al alcance de su mano, sin roncar, apenas una respiración acompasada. ¿Anda en bóxer? Debió ponérselo cuando se levantó. Los deja al lado de sus Delicados, es la segunda cosa que buscan sus manos cuando se levanta y también la última cuando se echa a dormir. Te lo digo yo que he escuchado ese ruido todo este tiempo; no está de buen humor. ¿Lo oyes? ¿el ruidito? Ahora viene del baño, por encima del chorro lánguido de sus riñones. Es breve, a veces como la estática de la televisión después de las cuatro a. m., ¡como las piedritas en la caja de cartón, pues! Ni siquiera cuando orina deja de fumar. Me gustaría abrir los ojos y verle la espalda desde aquí, extender la mano y jugar con la mansedumbre de sus huesos, alborotarle las cosquillas, redibujar con la lengua y mi saliva ácida el tatuaje de San Judas Tadeo debajo de su hombro izquierdo. Ser sus dedos en el acto de orinar o el cigarrillo. ¿Tiró la colilla por el excusado? Tardó más que de costumbre. ¿Por qué no jala la palanca? ¿qué tanto ve en el espejo? Esos ojos amplios, menguados, que me hacen perder la voz. ¿Se arregla la barba desalmada o se deshace la espinilla impertinente en la punta de la nariz? No, no me digas. Ya no quiero saber nada, es mejor así. Me basta con saber que ahora regresa a la ventana, a la silla, al claro de luz. Esculca con una mano entre sus genitales, como si los sopesara, como si ese acto provocador le espantara el frío que empieza a sentir. Suspira. La calle yace al fondo como una fotografía en blanco y negro; hay autos, perros que ladran a las ratas sin que éstas se sientan aludidas, un enorme vacío de concreto y ruido, unas ganas de aventarse en él y que te lloren todos los que te quieren. Ha prendido el segundo cigarro. Siempre he pensado que la lumbre instantánea de un encendedor en la oscuridad es mal augurio. Anuncia que allí hay fuego, que allí hay calor para repartir, un hombre que puede regalar uno o dos cigarrillos; y un hombre que comparte ese tipo de cosas, termina por dejarse ir él mismo. Dicen mis amigos que las mejores cogidas que han tenido empezaron por la pedida de un cigarrillo. ¡Y a mí que no me gusta fumar! ¡Caray! ¿Lo oyes otra vez? Es el tabaco consumiéndose en sus labios, es el ruidito del fuego abrazante, la muerte escandalosa del cigarrillo anunciándome la inminencia de su amor. Te lo dije, ese ruidito es perpetuo. Es el único anuncio que lo precede, la única manera de quedarse contigo en la penumbra, en la memoria. Ya no tiene caso seguir con los ojos cerrados. Ahora recorrerá con sus manos la suavidad de su torso, jugará con la punta de sus pezones mientras piensa en los perros que ladran, en las ratas que pasan, en la noche azul y sin tiniebla. No hay manera de escapar de su imperio; sabe que lo estoy viendo sin mirarlo, que lo estaba soñando en otro tiempo, de coca cola y brandy en las rocas, de abrazos y cariñitos desmedidos, poseyéndome como se poseen los lujuriosos, sin recato y con improperios a Dios. Ya viene. Escucha. Es su voz de acordeón. Se va a alzar sobre el ruidito de la ceniza quemándose cerca de su boca, sobre la oscuridad espesa de las madrugadas en los hoteles de noventa pesos la noche, sobre la ambulancia lejana trasladando muertos que nadie llora, sobre el orgasmo ilegítimo de la puta del cuarto de al lado, sobre el ajetreo de este corazón que amenaza con hacerme vomitar. No, no te vayas. Quédate ahí donde estás. No hables. Mira. Ha dejado de acariciarse el torso. Se lleva una mano a la boca para detener con sutilidad el cigarrillo casi extinto. Se pone de pie. Se rasca la nalga derecha, cierra la cortina y se queda parado frente a la cama. Va a decir mi nombre.

(Silencio)

- Lázaro – dice como un murmullo. Tembleque, alcanzo apenas a pujar.

- Lázaro – vuelve a decir. Y es su voz como una bolsa de papel arrugándose.

- Lázaro – quiere gritar pero yo despierto, frotándome los ojos, emitiendo un sonido más parecido a los niños huyendo de una pesadilla. Aquí estoy, digo.

Él se sube a la cama. Avanza hacia mí sobre sus rodillas, robando la sábana que me protege el cuerpo. Se sienta sobre sus piernas, de frente a mi rostro, y me acaricia la barbilla con una mano. Despacio, dos veces, tres veces.

- ¿Qué estabas soñando? – pregunta, y sonríe chiquito, tan chiquito que ni el rojo del tabaco ardiendo la logra registrar. Pero yo lo conozco. Esto ya lo he visto, te lo juro.

- Nada.

- Nel. Estabas soñando intenso. Suspirabas y gemías, entrecortado.

Libera la otra mano del cigarrillo y me abre con sus dedos, tibios y tóxicos, los ojos. Mira en ellos; quiere encontrar el rastro de los sueños recién soñados, arrumbados en una esquina, la más próxima a la nariz, justo atrás de las primeras lagañas, “allí están para que los leas”, le dijo su madre.

- ¿Qué estabas soñando? – vuelve a inquirir.

- Soñaba con orquídeas blancas – miento.

- No. Eso no es.

- Y con el tren que avanza sin rieles sobre el mar de…

- Tampoco. Eso fue la semana pasada. ¿Qué estabas soñando?

Es el chillido de una cama. El cuerpo de una mujer siendo usado por un hombre del que no recordará su cara. Es el gorgoriteo de su garganta, atragantándose, o el espasmo de sus muslos abiertos, en su propia carne, la soledad de su sonrisa acariciando los billetes y que no sabe donde guardar. Cualquier sitio es más seguro que los pliegues entre sus senos. Es todo, todo es ruido. Todo se cae encima para dramatizar, como en las novelas, el momento aquél en que con los ojos abiertos a la fuerza, respirando el humo apestoso de unos Delicados, él me pregunta qué chingados estaba soñando.

- Soñaba con coca cola y brandy en las rocas – digo, negándole la mirada.

- Si a ti no te gusta el brandy – replica, entrecerrando los ojos.

- Así son los sueños – anuncio -, ni quien los entienda.

- Pero hay algo más. ¿Qué estabas soñando?

- Soñaba contigo – le sujeto la canica de los ojos con dos movimientos de párpados. Mis manos se adhieren a sus rodillas, buscan su entrepierna.

Él suelta mi rostro. Exhala humo gris, casi azul. Observa detenidamente la colilla de su cigarro. Ríe. Carraspea. Se limpia los labios con el dorsal de la mano derecha. Mira el dorsal de su mano derecha y la limpia rápidamente con las sábanas. Me besa. Es un beso certero, húmedo, agridulce. Siento su lengua trasegar el umbral de mi cerebro, meterse en los recovecos de una memoria pedregosa y afligida, derribar soledades apiladas en la esquina del nervio óptico. Siento sus dientes chocar contra los míos, producir ese ruido desquiciante, morder con la punta de los caninos el extremo opuesto del placer que nunca me dejará sentir, que siempre habrá de negarme porque su mano izquierda, la única mano que tiene libre para terminar de atormentarme está extinguiendo la lumbre de su cigarrillo con el sudor de mi espalda desnuda, con la piel que arde como picadura de serpiente. Allí está de nuevo. El ruidito que se levanta por sobre todas las cosas para morirse en algún sitio de mi espalda, para clavarse allí como un cuchillo ardiente que él gira y aplasta, con premeditación, con toda la fuerza de sus dedos largos. Y yo no puedo liberarme. Secuestrado por la violencia del beso, apenas ladeo la espalda, tenso los hombros. Algo en algún lugar del cuerpo empieza a dolerme.

Él me deja la boca en paz.

- Lázaro – musita.

Ya no hay lágrimas, ni quejidos. Ya casi se acaba la mañana.


Thursday, December 2, 2010

arte: let's toast for the douchebags

"Runaway" is the second single from American rapper Kanye West's fifth studio album, My Beautiful Dark Twisted Fantasy. The song features rapper Pusha T of Clipse.

A 35-minute short film directed by West accompanies the song which also serves as the song's music video. The film premiered on October 23, 2010. The film has four versions: the full-length film, a one minute-shorter clean version, the video version which is an excerpt of the film that matches the length of the song, and the extended video version which is nearly double the length of the video version.





Just delicious...