Omar Gámez, fotógrafo mexicano, realizó una serie de fotografías que publicó el año pasado en un libro titulado The Dark Book. Las imágenes recogen impresiones de aquellos sitios sórdidos, apelmazados de oscuridad y tentación, en que individuos anónimos buscan sexo, una caricia rápida, el contacto físico sin mayores consecuencias emocionales: Dark Rooms.
Las fotografías son reveladoras a pesar de la poca luz que las ilumina. Los cuartos oscuros, los cuerpos esperando como obstáculos, los ojos en las manos; en ellas, el fotógrafo esconde todo el poder de la mirada. Uno tiene que discernir para excitarse, leer las siluetas para enterarse, acostumbrarse a la penumbra para ver, tocar, participar. Uno está allí, en esa oscuridad, gracias a la efectividad de la casi-abstracción fotográfica. Las fotografías son, además, maravillosas porque prometen un diálogo con una identidad que se borra, que se escapa, que es puro cuerpo, apenas un bosquejo entre el amasijo de etiquetas de la posmodernidad; son ventanas al mundo queer, desde su acepción más general, aquélla que puede abarcar hasta a los heterosexuales.
Estas imágenes vinieron a mi mente cuando estaba leyendo Faggots de Larry Kramer. El autor hace una descripción magistral de la experiencia de uno de sus personajes en un cuarto oscuro, que me ubicó en tiempo y en espacio frente a las imágenes de Omar Gámez. Aquí un extracto:

"Rancid and ratty would best describe the atmosphere of the Everhard Baths at this prime hour. In this outpost of civilized behavior and democracy in action, the redolent smell combined the distinct odors of popper, dope, spit, shit, piss, and a bevy of lubricants..."
"...Earlier arrivals, the younger ones at any rate, in good physical shape and desirable, would by now have ejaculated in some manner or other, approximately three to six times, while older soldiers, passing walled moans and groans, would by now have received approximately forty-nine rejections as they heaved pasty white frames from cubicle to cubicle, reached out exploratory fingers of hope to inhospitable cocks, listened for anticipated "I don´t think so"s, "Get out"'s, or more polite "I am resting"s...

Y es que Kramer escribió un libro estupendo. El arcoiris de personajes que lo atraviesa es abrumante; cada uno tiene filias particulares, cada uno grita y llora, fornica y besa de manera despiadada como teniendo la certidumbre de que el mundo nunca se va a acabar, de que lo inmoral es enternecedor y de que el presente no dura más allá del efecto del sicotrópico en turno.
Kramer lo escribió antes de la aparición del SIDA que arrasó con tantas vidas en Nueva York. Y quizá lo intuyó, y si no fue así merece ser canonizado, porque creó a Fred Lemish, el único personaje que busca el amor allí entre los sudores, las eyaculaciones, la pornografía, el glamor. Lemish reclama que los homosexuales nos estamos consumiendo:
Las fotografías son reveladoras a pesar de la poca luz que las ilumina. Los cuartos oscuros, los cuerpos esperando como obstáculos, los ojos en las manos; en ellas, el fotógrafo esconde todo el poder de la mirada. Uno tiene que discernir para excitarse, leer las siluetas para enterarse, acostumbrarse a la penumbra para ver, tocar, participar. Uno está allí, en esa oscuridad, gracias a la efectividad de la casi-abstracción fotográfica. Las fotografías son, además, maravillosas porque prometen un diálogo con una identidad que se borra, que se escapa, que es puro cuerpo, apenas un bosquejo entre el amasijo de etiquetas de la posmodernidad; son ventanas al mundo queer, desde su acepción más general, aquélla que puede abarcar hasta a los heterosexuales.
Estas imágenes vinieron a mi mente cuando estaba leyendo Faggots de Larry Kramer. El autor hace una descripción magistral de la experiencia de uno de sus personajes en un cuarto oscuro, que me ubicó en tiempo y en espacio frente a las imágenes de Omar Gámez. Aquí un extracto:




Y es que Kramer escribió un libro estupendo. El arcoiris de personajes que lo atraviesa es abrumante; cada uno tiene filias particulares, cada uno grita y llora, fornica y besa de manera despiadada como teniendo la certidumbre de que el mundo nunca se va a acabar, de que lo inmoral es enternecedor y de que el presente no dura más allá del efecto del sicotrópico en turno.

"We have the ultimate in freedom -we have absolutely no responsibilities! - and we're abusing it. My sister-in-law does not speak to me, not because I'm a faggot, to which news she is now adjusted, as am I, but because she says I'm a coward, I'm not in there pitching to make this world a better place...I am not relating to anyone succesfully, I'm not proving to the world or to myself that I know what to do with this freedom...But when I look around me, all I see is fucking. All we do is fuck. With dildoes and gallows and in the bushes and on the streets..."
Sin caer en elementalismos, Kramer dibuja a un Lemish que es atractivo tanto como lo queramos ver. Con idiosincracias y compulsiones, Lemish respira a través de las páginas. Es soñador, paranoico, compulsivo, ingenuo e inteligente. Es un buen tipo que le grita a su pareja, a pesar de la indiferencia del otro:
"...why do faggots have to fuck so fucking much?!...it's as if we don't have anything else to do...I'm tired of using my body as a faceless thing to lure another faceless thing, I want to love a Person!, I want to go out and live in that world with that Person..."
Todos los otros personajes se desdibujan, o mejor dicho, se consolidan siempre que hay alrededor de ellos otros cuerpos desnudos, que son orificios, fluidos, tactos, drogos, sadomasoquistas, fist-fuckers y otras tantas bizarrerías. Lemish transita en los márgenes y en los centros, sin estar ajenos a los problemas y placeres de su tiempo, esperando encontrar that Person. La moraleja es clara y contundente, y se vuelve aún más una vez que la epidemia del SIDA entra en escena años más tarde y trastorna las mentes, las actitudes, las costumbres, las formas, las relaciones. Por eso, por querer desgenitalizar la homosexualidad, por querer buscar en ella un espectro más amplio donde la filosofía, la participación, la comunión (fuera de toda religiosidad inmediata) provoquen en el individuo un cambio para sí y para el lugar en el que viven, es que Kramer y Faggots merecen toda mi pleitesía.
"...why do faggots have to fuck so fucking much?!...it's as if we don't have anything else to do...I'm tired of using my body as a faceless thing to lure another faceless thing, I want to love a Person!, I want to go out and live in that world with that Person..."
Todos los otros personajes se desdibujan, o mejor dicho, se consolidan siempre que hay alrededor de ellos otros cuerpos desnudos, que son orificios, fluidos, tactos, drogos, sadomasoquistas, fist-fuckers y otras tantas bizarrerías. Lemish transita en los márgenes y en los centros, sin estar ajenos a los problemas y placeres de su tiempo, esperando encontrar that Person. La moraleja es clara y contundente, y se vuelve aún más una vez que la epidemia del SIDA entra en escena años más tarde y trastorna las mentes, las actitudes, las costumbres, las formas, las relaciones. Por eso, por querer desgenitalizar la homosexualidad, por querer buscar en ella un espectro más amplio donde la filosofía, la participación, la comunión (fuera de toda religiosidad inmediata) provoquen en el individuo un cambio para sí y para el lugar en el que viven, es que Kramer y Faggots merecen toda mi pleitesía.
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