Vengo llegando de la apertura del Museo Universitario del Chopo (Ciudad de México) que vuelve a abrir sus puertas con la inauguración de varias exposiciones. Una de ellas, titulada Afecto diverso / Géneros en flujo, ofrece una serie de obras contemporáneas que desde sus materiales, su concepción, su cuestionamiento irónico o su simple detracción, quieren decir algo acerca del
género y sus discursos contemporáneos. La curadora, Karen Cordero, especialista en arte de género, hizo un trabajo fenomenal al seleccionar piezas que hablan por sí solas, sin necesidad de cédulas explicativas que orienten al espectador sobre "lo que el curador quiso decir".
Destaco dos piezas que me dejaron boquiabierto. Una, la que ilustra esta entrada, de Carlos Arias, "El hombre del encaje", de 1995. Es un bordado en tela, o un bordado sobre encaje que aprovecha los vacíos del encaje, las texturas y el juego visual de la tela para ofrecer a un hombre desnudo que se (des) dibuja a través de ella. Es un ejercicio visual en el que el hombre desnudo "medio se asoma" "medio se oculta". La aparente forma grotesca del personaje contrasta notablemente con la delicadeza del encaje; es como si el artista estuviera rescatando desde el fondo de algo (de su memoria, de la tela, de la mirada, del objeto, de la historia) esa forma desnuda cuya desnudez no amenaza precisamente por la sutileza de la obra (fue dibujada sobre el encaje con puntadas que asemejan el encaje mismo).
En la misma exposición, al final, yace una instalación de Valerio Gámez (si han ido al Marrakech, es el cuate que hizo el "Guadalupapi"). Titulada Católica Industry, la instalación simula una habitación engalanada con todos los símbolos de la liturgia católica. El vino de consagrar y las hostias yacen en el piso junto a los incensarios dorados y los cirios a medio consumir. Los hábitos sacerdotales recuerdan prendas lujosamente bordadas, como objetos haute couture, que complementan los restos de bebidas energéticas y otros estupefacientes que "alguien" consumió. En realidad, es la evidencia de una orgía litúrgica, la ilustración perfecta de un estilo de vida entre snob y bohemian-chic, una ilusión de un hippie fresa que utiliza los símbolos a su alcance para justificar una existencia auto-cuestionable. El artista logra traer las referencias de trabajos anteriores, en los que creó ropa con símbolos religiosos y otras tantas incursiones a lo objeto-referencial. Una delicia. La instalación es, en sí, la conclusión de esta exposición que dice mucho a través de piezas bien elegidas, con voz propia.
Y quiero rematar diciendo, ¡qué bonito quedó el Museo! La estructura art nouveau luce por donde quiera vérsele, los espacios de galerías son amplios, existe la sensación de apertura, de cosmopolitanismo, de tranquilidad, de cobijo. Me dieron ganas de quedarme a dormir.

Destaco dos piezas que me dejaron boquiabierto. Una, la que ilustra esta entrada, de Carlos Arias, "El hombre del encaje", de 1995. Es un bordado en tela, o un bordado sobre encaje que aprovecha los vacíos del encaje, las texturas y el juego visual de la tela para ofrecer a un hombre desnudo que se (des) dibuja a través de ella. Es un ejercicio visual en el que el hombre desnudo "medio se asoma" "medio se oculta". La aparente forma grotesca del personaje contrasta notablemente con la delicadeza del encaje; es como si el artista estuviera rescatando desde el fondo de algo (de su memoria, de la tela, de la mirada, del objeto, de la historia) esa forma desnuda cuya desnudez no amenaza precisamente por la sutileza de la obra (fue dibujada sobre el encaje con puntadas que asemejan el encaje mismo).
En la misma exposición, al final, yace una instalación de Valerio Gámez (si han ido al Marrakech, es el cuate que hizo el "Guadalupapi"). Titulada Católica Industry, la instalación simula una habitación engalanada con todos los símbolos de la liturgia católica. El vino de consagrar y las hostias yacen en el piso junto a los incensarios dorados y los cirios a medio consumir. Los hábitos sacerdotales recuerdan prendas lujosamente bordadas, como objetos haute couture, que complementan los restos de bebidas energéticas y otros estupefacientes que "alguien" consumió. En realidad, es la evidencia de una orgía litúrgica, la ilustración perfecta de un estilo de vida entre snob y bohemian-chic, una ilusión de un hippie fresa que utiliza los símbolos a su alcance para justificar una existencia auto-cuestionable. El artista logra traer las referencias de trabajos anteriores, en los que creó ropa con símbolos religiosos y otras tantas incursiones a lo objeto-referencial. Una delicia. La instalación es, en sí, la conclusión de esta exposición que dice mucho a través de piezas bien elegidas, con voz propia.
Y quiero rematar diciendo, ¡qué bonito quedó el Museo! La estructura art nouveau luce por donde quiera vérsele, los espacios de galerías son amplios, existe la sensación de apertura, de cosmopolitanismo, de tranquilidad, de cobijo. Me dieron ganas de quedarme a dormir.