Wednesday, April 13, 2011

arte: elogio de la madrastra, vargas llosa




"Don Rigoberto entrecejó los ojos y pujó, débilmente. No hacía falta más: sintió al instante el cosquilleo bienhechor en el recto y la sensación de que, allí adentro, en las oquedades del bajo vientre, algo sumiso se disponía a partir y enrumbaba ya por aquella puerta de salida que, para facilitarle el paso, se ensanchaba. Por su parte, el ano había empezado a dilatarse, con antelación, preparándose a rematar la expulsión del expulsado, para luego cerrarse y enfurruñarse, con sus mil arruguitas, como burlándose: 'Te fuiste, Cachafaz, y nunca más volverás'."
Don Rigoberto sonrió, contento. 'Cagar, defecar, excretar, ¿sinónimos de gozar?'.
Elogio de la Madrastra, p81.

¡(Casi) poesía escatológica!

Confieso haber leído ese capítulo de la novela, titulado "Las abluciones de Don Rigoberto", dos veces. La prosa es precisa, económica. Y las imágenes son certeras. Porque parece que de eso se trata. Vargas Llosa promueve una serie de imágenes narrativas y visuales para elaborar desde ellas hilos eróticos y perversos tan perfectamente coordinados que el librito de 200 páginas se va en tres días, o menos.

Don Rigoberto, un viejo coleccionista de arte y amante empedernido de Lucrecia, la madrastra, disfruta de los placeres del cuerpo. Uno de esos placeres deriva de la contemplación del arte: Tiziano, de Szyzlo, Boucher, Fra Angelico. Junto con la imparable libido de Lucrecia, Don Rigoberto interpreta las obras, las performea entre sábanas y cuartos de baño. Las obras de arte juegan un papel preponderante en la estructuración de las fantasías eróticas de la pareja y hasta de una que otra trama perversa que al final, de modo sorprendente, rompe con nuestras expectativas (Fonchito, el entenado, es bello y perverso, todo un ejemplo de la literatura romántica del siglo diecinueve). La mirada, del espectador a la obra de arte, de la obra de arte a los personajes, de los personajes a la obras, de las obras al espectador (la novela viene ilustrada con las obras en cuestión) es definitivamente multidimensional. Permite a Don Rigoberto historizar sus miedos y fantasías (es un sibarita, un hedonista y tiene miedo de la decadencia del cuerpo). Quiere inmortalizarse, encapsularse de la misma manera que yacen en su sala, en su vitrina bajo llave, su colección de dibujos eróticos. La contemplación estética y el cuidado riguroso de sí son "su manera de sustraerse momentáneamente a la ruin decandencia y las servidumbres edilicias de la civilidad, a las convenciones abyectas del rebaño, para alcanzar, por un breve paréntesis del día, una naturaleza soberana" p132.

El erotismo es, pues, una subjetividad peligrosa. Difícil asirla en la obra abstracta y, sin embargo, en esta novela un niño motiva la interpretación libidinosa de un cuadro abstracto de Szyzlo. El erotismo es un arma con la que se declaran y ganan guerras. Esta novela lo demuestra. Y es, evidentemente, un ligero velo que cada uno pone según su soberano gusto. ¡Ya no hablemos de apropriación! ¿Qué estudios culturales ni qué tres cuartos?! La obra existe porque provoca sensaciones, libera sensualidades, afecta de manera inmediata al espectador como lo ilustran los orgasmos y cabalgatas nocturnas de la pareja protagonista. El arte es útil. El arte es liberador. El arte es universal y tangible (También elitista y personal; aquí no cabe ni la galería ni el museo). Allí ya no cabe el artista; solamente el puente que se construye entre espectador e imagen. El arte es personal.

¡Que no se le pare a Don Rigoberto si miento!


imagen: Chimney
de Gio Black Peter.